AMARANTA
HANK
“Si lograste
engañar a una persona, no quiere decir que sea tonta, quiere decir
que confiaba en ti más de lo que te merecías”. Charles Bukowsky.
Desde la semana pasada me visitaba el
cansancio de escribir; hoy le comenté a mi hermana que opinar en las páginas
que se reparten sin que se perciba el mínimo cambio puede demostrar que impera
la ceguera. Es una estupidez Narcisa
pero sincera.
Llegué a mi casa, y luego de desprenderme
la camisa que traía incrustada con
el polvo grisáceo de las calles cráter y las construcciones que devoran el patrimonio
arquitectónico desapareciéndolo como por
arte de mafia, tomé de un vaso azulejo un poco de líquido para no atragantarme
de ciudad.
Con el computador encendido y sentado
frente a él, me disponía a abortar mi
escrito cuando algo alertó mis sentidos.
Alejandra Omaña, periodista colombiana, había decidido “hacer porno”.
Por algunos segundos sucedió un enredo
en mis neuronas; en la revista SoHo prensada bajo el título "Mi primer video porno por Alejandra Omaña”,
apareció ella con su torso desnudo y el
cuello semi inclinado hacia atrás recargado sobre el lado izquierdo, con los ojos entrecerrados en una actitud de entrega
postergada.
Comencé a leer, y por la crudeza inhabitual, prohibida a las mujeres para expresarse “como machos”, me dejé
llevar por la curiosidad y ese morbo del
que otras veces juzgo y rechazo. No
hablo del morbo sexual sino del que deja abierta la posibilidad de husmear con
el permiso de inmiscuirse en los vericuetos de la privacidad ajena; entrar en ellos deja expuesto el riesgo de
enterarse a través de los otros de nuestras inclinaciones.
Relatar lo que leí puede ser repetir
lo que usted seguramente, acuciado por la curiosidad, conocerá de primera mano,
o con ambas tal vez, impávido pero energúmeno por la lentitud de su computador.
Aunque la pornografía espanta y
escandaliza mucho más que la creación de Fundaciones para robarles la comida a
los niños y a los ancianos, no es tan
extraña como desean mostrarla cargada de atavismos y maldiciones
antiquísimas.
Solo Pornhub, un monstruo en video
porno digital, en su publicación habitual de estadísticas determinó que en el2015 lo visitaron 21.200 millones de personas, presumo la mayoría solitarias,
que reprodujeron 88.000 millones de videos.
Allí usted encuentra las preferencias y tendencias que caracterizan a
miles de millones de consumidores de todo el mundo.
Horarios de visita, días con mayor y
menor tráfico, tiempo promedio frente a
la pantalla por país, preferencias de búsqueda, son algunos de los ítems
tenidos en cuenta para establecer una estadística de cierta credibilidad.
Pero no voy a profundizar en este tema
que parece ser aburrido frente a lo que puede imaginarse, por ahora, de Amaranta Hank, antes de ojear el video disfrazándose
de puritanismo y una pizca de sentimiento
de culpa pasajero.
Obligada a renombrarse para apartar un poco a su familia del escándalo, y de las beatas empecinadas y crueles que no
perdonan cuando se trata de las familias
ajenas, asumió el seudónimo de Amaranta Hank.
Lo de Amaranta,
Alejandra Omaña lo adopta del personaje de Gabriel García Márquez en su
novela Cien Años de Soledad; Amaranta es la hija menor de José Arcadio Buendía,
fundador de Macondo, y de Úrsula Iguarán.
A Hank lo rescata de un apodo que
tenía Charles Bukowsky; poeta estadounidense del que, la recién llegada a la
pornografía, de sus días de adolescencia recuerda: “Sentía que había escrito todos sus párrafos para mí. Y se lo
agradecía, mientras lloraba y declamaba sus poemas, ebria, sin ganas de vivir
un día más.”
Y no podía ser para menos. Conociendo algo de la vida y poesía de
Bukowsky se puede deducir qué tanta influencia tuvo él para convertirla en una
mujer contestataria, liberal, escueta testigo
de su realidad.
Tanto así, que una vez decidió comentarle a su mamá y
hermano sobre su primer video porno sintió que “Al contarles a ellos, solté el grillete que no me permitía salir del
circo que es la sociedad (…)”
Después de historias francas e
imágenes lujuriosas decidí escribir; porque esa cercanía que percibí entre actriz, prostitución y
periodismo me sedujo. Puede parecer un
tanto irreverente e incongruente pero, al menos para mí, tiene sentido.
Todo lo motiva una frase punzante de
Alejandra Omaña en un video publicado en SoHo en donde asevera que “(…) me parece más honesto hacer porno que
hacer plata con el periodismo”.
Nuestra cultura en gran medida ha
establecido precariamente que cualquier mujer que aparezca en una película
pornográfica es prostituta. (Existe una palabra más explícita y más corta). La palabra prostitución y sus acepciones
conducen a personas que mantienen relaciones sexuales por dinero.
Pero si ella decidió hacer porno en
lugar de dinero con el periodismo, ¿cómo calificar a quienes vestidos de
periodistas o comunicadores sociales hacen dinero faltando a la verdad o
silenciándose dolosamente? ¿La misma
palabra corta y explícita con “diferentes posiciones” y marcada entonación?
Mucha
honestidad debe haber en una decisión como la que Alejandra tomó para concluir
que el periodismo, con la excepción de personajes excepcionales, no es para amasar dinero a no ser que se
acompañe de conductas “non sanctas”. (Esto último lo digo yo).
Es cierto. Lo honesto es poner el
propio cuerpo al servicio de los gustos ajenos en lugar de ofrendar a un pueblo
por codicia personal. Algo más para
aprender.
elmardpautt@gmail.com /
elmardario.blogspot.com (miel de ébano).
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