sábado, 28 de enero de 2017




AMARANTA HANK



“Si lograste engañar a una persona, no quiere decir que sea tonta, quiere decir que confiaba en ti más de lo que te merecías”.  Charles Bukowsky.

Desde la semana pasada me visitaba el cansancio de escribir; hoy le comenté a mi hermana que opinar en las páginas que se reparten sin que se perciba el mínimo cambio puede demostrar que impera la ceguera.  Es una estupidez Narcisa pero sincera.

Llegué a mi casa, y luego de desprenderme  la camisa que traía incrustada con el  polvo grisáceo de las calles cráter  y las construcciones que devoran el patrimonio arquitectónico desapareciéndolo como por arte de mafia, tomé de un vaso azulejo un poco de líquido para no atragantarme de ciudad.

Con el computador encendido y sentado frente a él,  me disponía a abortar mi escrito cuando algo alertó mis sentidos.  Alejandra Omaña, periodista colombiana, había decidido “hacer porno”. 


Por algunos segundos sucedió un enredo en mis neuronas; en la revista SoHo prensada bajo el título "Mi primer video porno por Alejandra Omaña”, apareció  ella con su torso desnudo y el cuello semi  inclinado hacia atrás  recargado sobre el lado izquierdo,  con los ojos entrecerrados en una actitud de entrega postergada.

Comencé a leer,  y por la crudeza inhabitual, prohibida  a las mujeres para expresarse “como machos”,  me  dejé  llevar por la curiosidad y ese morbo del que otras veces juzgo y rechazo.  No hablo del morbo sexual sino del que deja abierta la posibilidad de husmear con el permiso de inmiscuirse en los vericuetos de la privacidad ajena;  entrar en ellos deja expuesto el riesgo de enterarse a través de los otros de nuestras inclinaciones.

Relatar lo que leí puede ser repetir lo que usted seguramente, acuciado por la curiosidad, conocerá de primera mano, o con ambas tal vez, impávido pero energúmeno por la lentitud de su computador.
Aunque la pornografía espanta y escandaliza mucho más que la creación de Fundaciones para robarles la comida a los niños y a los ancianos, no es tan  extraña como desean mostrarla cargada de atavismos y maldiciones antiquísimas. 

Solo Pornhub, un monstruo en video porno digital, en su publicación habitual de estadísticas determinó que en el2015 lo visitaron 21.200 millones de personas, presumo la mayoría solitarias, que reprodujeron 88.000 millones de videos.  Allí usted encuentra las preferencias y tendencias que caracterizan a miles de millones de consumidores de todo el mundo. 

Horarios de visita, días con mayor y menor tráfico,  tiempo promedio frente a la pantalla por país, preferencias de búsqueda, son algunos de los ítems tenidos en cuenta para establecer una estadística de cierta credibilidad. 

Pero no voy a profundizar en este tema que parece ser aburrido frente a lo que puede imaginarse, por ahora,  de Amaranta Hank, antes de ojear el video disfrazándose de  puritanismo y una pizca de sentimiento de culpa pasajero.

Obligada a renombrarse  para  apartar un poco a su familia del escándalo,  y de las beatas empecinadas y crueles que no perdonan  cuando se trata de las familias ajenas, asumió el seudónimo de Amaranta Hank.

Lo de  Amaranta,  Alejandra Omaña lo adopta del personaje de Gabriel García Márquez en su novela Cien Años de Soledad; Amaranta es la hija menor de José Arcadio Buendía, fundador de Macondo, y de Úrsula Iguarán. 

A Hank lo rescata de un apodo que tenía Charles Bukowsky; poeta estadounidense del que, la recién llegada a la pornografía, de sus días de adolescencia recuerda: “Sentía que había escrito todos sus párrafos para mí. Y se lo agradecía, mientras lloraba y declamaba sus poemas, ebria, sin ganas de vivir un día más.”

Y no podía ser para menos.  Conociendo algo de la vida y poesía de Bukowsky se puede deducir qué tanta influencia tuvo él para convertirla en una mujer contestataria, liberal, escueta testigo  de  su realidad.

Tanto así,  que una vez decidió comentarle a su mamá y hermano sobre su primer video porno sintió que “Al contarles a ellos, solté el grillete que no me permitía salir del circo que es la sociedad (…)”

Después de historias francas e imágenes lujuriosas decidí escribir; porque esa cercanía  que percibí entre actriz, prostitución y periodismo me sedujo.  Puede parecer un tanto irreverente e incongruente pero, al menos para mí, tiene sentido.

Todo lo motiva una frase punzante de Alejandra Omaña en un video publicado en SoHo en donde asevera que “(…) me parece más honesto hacer porno que hacer plata con el periodismo”.

Nuestra cultura en gran medida ha establecido precariamente que cualquier mujer que aparezca en una película pornográfica es prostituta. (Existe una palabra más explícita y más corta).  La palabra prostitución y sus acepciones conducen a personas que mantienen relaciones sexuales por dinero.

Pero si ella decidió hacer porno en lugar de dinero con el periodismo, ¿cómo calificar a quienes vestidos de periodistas o comunicadores sociales hacen dinero faltando a la verdad o silenciándose dolosamente?  ¿La misma palabra corta y explícita con “diferentes  posiciones” y marcada entonación?

Mucha  honestidad debe haber en una decisión como la que Alejandra tomó para concluir que el periodismo, con la excepción de personajes excepcionales,  no es para amasar dinero a no ser que se acompañe de conductas  “non sanctas”. (Esto último lo digo yo).

Es cierto. Lo honesto es poner el propio cuerpo al servicio de los gustos ajenos en lugar de ofrendar a un pueblo por codicia personal.  Algo más para aprender.


elmardpautt@gmail.com / elmardario.blogspot.com (miel de ébano).

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