EL PEOR PRETEXTO
“Premeditadamente a esos sicarios los enviaban a las veredas y municipios
liberales y, al grito de “Viva el Partido Conservador”, sacrificaban liberales
indefensos. Luego, los mismos sujetos, viajaban a las veredas y municipios
conservadores para, al grito de “Viva el Partido Liberal”, arremeter contra la
vida y los bienes de inocentes ciudadanos conservadores”. Gloria Gaitán.
Uno de los mejores pretextos que han encontrado
los promotores del NO al plebiscito del próximo 2 de octubre en
el cual la sociedad refrendará o no el Acuerdo Final para la Terminación del
Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera con las FARC-EP,
es la impunidad.
Pero es el peor pretexto. Colombia vivió uno de los periodos más
violentos y sangrientos de su historia
gracias a sus dos únicos partidos tradicionales: Conservador y Liberal.
Dos o tres años antes del asesinato de Jorge
Eliécer Gaitán, caudillo indiscutible del partido Liberal, ya empezaban a
vislumbrarse provocaciones violentas en zonas de varios departamentos del país;
Cundinamarca, Tolima, Valle del Cauca y Boyacá, ya contaban entre sus
estadísticas con un número preocupante
de asesinatos que empezaban a teñir con sangre los caminos y ríos de la
patria.
Pero una vez asesinado Jorge Eliécer, el 9 de
abril de 1948, los muertos provocados antes de su muerte solo serían la cuota
inicial que encabezaría el listado de cientos de miles de víctimas
exterminadas, mutiladas, desplazadas,
que dejaría la insurrección del pueblo aterrado y confundido por el homicidio
del líder popular.
Liberales y conservadores quedaron enfrentados
como protagonistas principales de otra
escena “político-violenta” del momento.
Autores de uno de los capítulos
más tristes y terroríficos que haya vivido Colombia.
Este enfrentamiento de los dos únicos partidos emblemáticos de Colombia sumió al país en un bandolerismo
salvaje y desbocado. Se calculan entre 200.000 y 300.000 muertos, además del desplazamiento forzado de dos
millones de personas de las zonas más violentas; cifras que adornan la lucha
bipartidista.
Después los mismos enemigos, liberales y
conservadores, negociaron dieciséis años
de alternancia en el poder (1958-1974);
luego de haber originado estos hechos atroces, conocidos en la Historia de Colombia como “La
Época de la Violencia”.
No alcanza la lógica a concebir que hoy un grupo
de colombianos hablen de impunidad cuando el pasado político de sus
partidos, que representan y siguen, en
lugar de haber pedido perdón y reparar a las víctimas se repartieron el poder
dejando sin opción democrática a los demás actores políticos
vigentes o que surgieran en el momento.
Es entendible que gran parte de nuestra juventud,
por el afán que trae la modernidad y la manera selectiva como se enseña
nuestra Historia en los colegios, no la
conozcan. ¿Pero los demás?
La mayoría de los representantes, líderes y
“anunciadores” políticos alguna vez
desfilaron por alguno de estos dos
colores (con contadas excepciones); lo que se esperaría de ellos sería sensatez
y honestidad para reconocer que hoy están exigiendo un aspecto inexistente en
sus bitácoras de gobierno.
No se quiere decir con esto que no pueda existir
la posibilidad de rebatir ideas ni sentar posiciones ante situaciones que
parezcan inapropiadas e inconvenientes para el futuro del país. Significa es que la memoria, la que tanto
valoramos hoy en día, también tiene que servir para el buen ejemplo y la capacidad de doblarse hacia
adentro, mirándose sin asco y sin rubor pero si con claridad
meridiana y humildad.
Colombia ha sido un país de impunidades desde
siempre. Condición, que aunque
indeseable por lo que significa para la viabilidad de la Democracia y del país,
es intrínseca a nuestra Justicia. Desde
los primeros años del siglo pasado ella ha sido la reina que desfila oronda y
promiscua por los pasillos de los
tribunales.
Continúan en la impunidad los autores intelectuales
de acontecimientos tan macabros y vergonzantes como
la violencia bipartidista o el genocidio al partido político de la UP,
que cobró la vida de aproximadamente cinco mil personas entre líderes,
activistas y simpatizantes.
Impunidades que no son equivalentes ni se
parecen con lo pactado en el Acuerdo Final.
Que no se castigue a los culpables
con las penas y las formas que algunos desean, no implica exactamente un
escenario de impunidad.
Lo mínimo que puede hacer un amplio sector
político de Colombia, de alguna manera exculpándose, es no exigir lo que fueron
incapaces de ofrecer moralmente en su momento;
permitiéndoles a los jóvenes de hoy que
tengan la posibilidad de observar el país con ojos diferentes, libres de
resentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario