PAZ SIN EQUIDAD
“Una nación no debe juzgarse por
cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que
tienen poco o nada.” Nelson Mandela.
Seguramente por esa permanencia histórica del hombre en actos violentos,
guerras, disputas mortales, duelos de honor, él
anhela la paz. Y desesperado en
lograrla se aferra de cualquier forma o cree en cualquier falacia esperanzado en alcanzarla. Puede ser un espejismo que necesita como
dogma de fe.
Cuando los representantes del gobierno
en la Habana hablan de lo cerca que se encuentra la paz con las FARC,
entendida como la paz para Colombia y progreso con equidad, aparece en
yuxtaposición el decreto que establece
el salario mínimo para los colombianos para 2016.
Un decreto que impone el 7.0% de ajuste al salario mínimo frente a una
inflación del 6.8% en 2015. Escaso
0.2% por encima de ella; ¡$45.104.00!
La asignación del 7% da como
resultado un salario de $689.454.00
mensual para los trabajadores y de carambola rebota posiblemente en el de
los ilustres congresistas poniéndolos a recibir mensualmente la insignificante
suma de $27.600.000.00. Un incremento de
$1.806.000.00.
Mientras un congresista que sesiona 10 meses puede estar percibiendo la
despreciable suma de $331.000.000.00 al
año, el trabajador criollo devengará en doce meses de trabajo, sin tener en
cuenta sus ínfimas deducciones, la exorbitante cantidad de $8.273.448.00.
Y sin contar con el regalo que entregó este gobierno en su primer
mandato, asignándoles a los congresistas
mediante el decreto 2170/2013 una “prima
especial de servicios” que comenzó con $7.898.445.00 ¡reajustable
anualmente con el mismo porcentaje que se reajuste su asignación básica!
Aunque es un tema recurrente no
deja de ser indignante y propicio tratarlo
en un ambiente turbulento de
diálogos de paz y el consecuente posconflicto,
que lo que menos necesita para
su éxito son palabrerías manipuladoras;
lo que si exige es una aplicación práctica sobre el terreno, de políticas que señalen un cambio correcto de dirección hacia
la inversión social y el respeto al trabajador raso colombiano.
Esas palabras tan rimbombantes y seductoras como “tejido social”,
“inclusión”, “paz”, “equidad” “oportunidades”, “democráticos”, son vacías si se
pronuncian solamente para adornar frases y desplumar ingenuos.
Hay teorías que los expertos siempre han expuesto tratando de explicar que un alza “desmesurada” en el salario
mínimo implicaría un desequilibrio económico con trágicas consecuencias para el
país.
Pero se quedan mudos cuando se trata de argumentar la desproporcionalidad entre lo que gana un
empleado que labora 48 horas semanales durante 12 meses y un congresista que empieza a sesionar su
primer periodo “(el 20 de julio y terminará el 16 de diciembre; el segundo el 16 de
marzo y concluirá el 20 de junio).” Constitución Política de Colombia (Art.
138).
Y alrededor del salario mínimo, aparecen joyas como la posible
“subasta” de Isagén, (hoy aún no se si
ocurrirá aunque creo que nada la
detendrá), o la propuesta de la Comisión
de Expertos Tributarios del gobierno de aplicarle el 5% de IVA a libros y
cuadernos que afortunadamente se cayó.
Aquí ya no se puede hablar de brechas sino de abismos sociales. Esa disparidad es ofensiva, es dolorosa, es
vulgar. Es una afrenta para la señora que asea, para la que espera que el
gobierno, construyendo equidad, le regale una casa para vivir con su
familia; para el invidente que sale a
vender en su oscuridad, para el
profesional explotado so pretexto de adquirir experiencia, para los miles de
empleados “legales ilegalmente” a los que sus explotadores les pagan $20.000.00
diarios y “-váyase para su casa y vuelva
mañana”. Para todos los colombianos
honestos que desconocen que la paz viene
empacada en justicia.
Pero estos casos no son únicos.
Por eso no es casual nuestra ubicación en el entorno continental y mundial
cuando de acumulación de poder y riqueza se habla; o cuando de desigualdad
social se trata. ¡Colombia ocupa siempre
los más ultrajantes lugares!
Oxfam es una confederación internacional constituida por 17
organizaciones presentes en 92 países, entre esos Colombia, que conforma un
movimiento global “(…) para construir un
futuro libre de la injusticia que supone la pobreza.”
Precisamente Oxfam publicó un
estudio a finales del 2014 titulado “Privilegiosque niegan derechos”.
Ese estudio establece que solo el 1%
más rico de los colombianos concentra el 20% de los ingresos del
país. Según el último año disponible del
Top Income Database, Colombia, Argentina y Uruguay lideran los tres países
latinoamericanos de mayor concentración y
se sitúan entre los cinco más desiguales del mundo. “(…)
Colombia ocupa el deshonroso primer lugar.”
Como hecho complementario en otro estudio adelantado por El Barómetro de las Américas, los tres
primeros países con mayor grado de percepción de corrupción por parte del
Estado, son Venezuela, Colombia y Argentina.
En el orden que los relaciono.
El presidente Santos acude a la buena voluntad y criterio de los
colombianos para construir un nuevo
país; “(…) que caminemos juntos, que
trabajemos juntos (…)”. ¿No es acaso
lo mismo que el pueblo desearía sentir por parte del gobierno central? ¿Caminar juntos y trabajar juntos ganando lo
justo con relación a los más privilegiados?
Esta paz la construimos todos los colombianos pero no es el pueblo raso
el que debe seguir colocando la más alta
cuota de sacrificio, como hasta hoy, para que los del 1% y algunos más vean reventar sus arcas sin el menor
esfuerzo.
Ya está bien de mirar hacia el patio del vecino; es mejor auscultarnos minuciosamente para descubrir
que tal vez sufrimos del mismo mal pero con diferentes síntomas.
Publicado enero 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario