viernes, 1 de julio de 2016




LOS OLORES DE LA MUERTE



“Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.  Elie  Wiesel.


--¡Como que huele a chulo…!

No terminaba de amanecer cuando esas palabras retumbaron como una blasfemia en medio del silencio.  En la madrugada un taxista había sido herido, y ahora, preciso ahora cuando su cuerpo luchaba por no morir, por no dejarse ir, por aferrarse al mundo de los vivos, un colega suyo, un buen hombre –creo yo-, se le ocurre semejante sentencia mortecina.

Ocho días después otro taxista aparece muerto en un paraje ribereño.  Pendiendo  de un árbol como un fruto cansado de colgar se mece llamando la atención para ser bajado.  Como una repetición,  también en la mañana,  algunos colegas lo exhibían en público buscándole seguidores y conocidos; iba su fotografía, impresa en el obituario,  de mano en mano juzgando sus actos en vida como si Dios les otorgara el privilegio de juzgar.

¡La muerte y sus olores!  Descubrirlos no puede ser tan difícil cuando ella se volvió tan común en nuestra tierra;  merodea sin cesar en cada esquina, en cada recodo oscuro, detrás de cualquier poste atestado de propaganda, debajo de las acacias que se marchitan de tristeza; a la vuelta de cada mañana.


Lo que menos pretende la muerte es “oler a chulo”.  Ella huele a losa fría, a recuerdos amarrados en gasas amarillentas y desleídas, a dolor de parientes viajando perturbados, a niños desconsolados, a promesas que se rompen como cristales color púrpura.  A cualquier cosa menos a ave de rapiña.  No cuando la ciudad se interpone entre un cuerpo y la luz neón que la acompaña.  ¡Pero eso a la larga está definido!

En cambio sí me  pregunto a qué huele la indiferencia.  Ese olor que se acurruca y se avinagra pusilánime en medio de frases sin sentido, casi que inertes, pecadoras en sus formas y sin significados inteligentes,  cómo puede ser más grande que el sentimiento y la razón, cómo asesina con sílabas equivocadas  lo que el hombre es incapaz de hacer con un arma y a mansalva.

Y ocurren más hechos que se convierten en historietas de aventura mientras llega el próximo pasajero del día.

¡No hay dolientes!  Solamente un  desfile imaginario,  amorfo, lento,  estático,  de los que se llaman “sus  representantes”.

No hay consejos de seguridad porque no son los grandes empresarios ni los amigos del alma los que ven amenazada su vida; ni siquiera, por esta vez,  se crea un vínculo verdadero entre las diferentes empresas de transporte para rodear y proteger a los que de alguna manera ayudan a su permanencia y estabilidad económica.

Y de sus mismos representantes ¡ni hablar!  Una Asociación que en su insistencia por sobrevivir solo tiene a una persona  que pareciera ejerciera todos los cargos.

Un sindicato que no ha tenido la lucidez ni el carácter para exigir protección, al menos, para sus afiliados.  En su primario afán de afiliar socios ha olvidado la necesidad de trabajar por la unión de todos los transportadores tras  un solo bien común: la seguridad desde todos los flancos y en todos los sentidos.

Unos candidatos al concejo, pertenecientes al sector del taxismo, que ni aprovechando la coyuntura se pronuncian por todo lo que sucede.  ¿Será en esa misma proporción de reciprocidad que esperan el apoyo de los transportadores para elevarse a “honorables” concejales?

Quedan entonces los familiares como únicos dolientes; son ellos los que bendicen a su esposo, a su hermano, a su padre, a su madre,  para que salga a conseguir “lo del diario”.  Los que se desvelan añorando su llegada sanos y salvos; los que oran en busca de compañía Divina y protección Celestial.

Los que, cuando cae en desgracia su pariente, están al borde de su cama implorando por  su vida e integridad.  Expulsando ese lúgubre sentimiento de luto, prohibiéndole entrar.  Y pidiendo perdón a Dios por la indiferencia de los que haciendo el mismo trabajo olvidan el dolor y la ayuda  para los que el camino se trunca.


Al final de cuentas es posible que el olor de la muerte sea más agradable que la pálida imagen que porta la indiferencia ignorando su propia realidad.



Publicado agosto 2015



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