EN RESCATE DE
LA INTELIGENCIA
“Qué frágiles son los bastiones de la civilización. El Holocausto nos
recordará para siempre que el conocimiento divorciado de los valores solo puede
servir para agravar la pesadilla humana; que tener cabeza sin corazón no es
humano”. Bill Clinton.
En toda la historia de
la humanidad existen dos hechos que observados incluso con ligereza, convierten
a sus victimarios y verdugos en una
equivocación obscena de Dios.
Solo pensar que alguien
tuviera la desgraciada fortuna de hallar a miles de “colaboradores” para cometer el genocidio más grande en
contra de la cultura judía, es de por si escabroso. Seis millones entre hombres, mujeres y niños
aniquilados inexplicablemente. Es decir,
la mitad de su población actual, que puede llegar a sumar algo más de trece
millones de personas.
Otro hecho repugnante
fue el sometimiento a la raza negra por
mercaderes de seres humanos. Sumergidos en la animalidad de sus instintos
y en la ambición de sus bolsillos persiguieron a los negros para
“utilizarlos” como mano de obra barata;
exonerándose de culpa con el pretexto de
que los negros eran similares a los animales, ajenos a ser considerados sujetos
de derecho, sin alma ni sentimiento.
Tan descomunal fue la
barbarie de la esclavitud que hoy la historia no acierta a establecer con
exactitud cuántos negros murieron a raíz de su cautiverio y tráfico.
Algunos historiadores hablan de
quince millones mientras otros
investigadores calculan diecisiete millones de muertos de los sesenta millones
encadenados.
Cualquier simpatía con
estos dos cruentos hechos, como de
muchos otros que no trato por su extensión, es
inexplicable en una época en donde se habla incansablemente del respeto
a los derechos humanos en toda su extensión.
Esto viene ligado,
premeditadamente, a qué concepción tiene un sector de los colombianos de la
palabra paz y reconciliación. Incierto es el proceso, no solo de negociación
sino de comprensión y aplicación, si se mira globalmente, en donde se continúe pensando que la paz es un monosílabo mágico
que actúa por si mismo.
A estas reflexiones he
llegado porque entre el andar y desandar he conocido personajes a los que
todavía les atormentan agradablemente los hechos incivilizados de los
civilizados. Posiblemente ni siquiera se
han percatado de tan triste ironía.
Distinguí uno
exhibiendo una manilla verde alrededor de su muñeca respaldando la confusa paz
del presidente Santos y su reelección.
Junto a él, mucha literatura; pertinaz en su lectura cotidiana como el que
más.
Claro, hay que hacer
una salvedad necesaria. Leer no es un
acto de inteligencia; simple y llanamente es un proceso mecánico que se
adquiere, casi que obligatoriamente en la infancia. Que no garantiza de ninguna manera el privilegio de la comprensión y la
coherencia.
Frente al primer hecho,
el del holocausto judío, lo justifica tímidamente replicando el argumento de que era necesario
porque ellos eran una amenaza económica
para el mundo.
Con respecto a los
negros su posición no es ideológica. Es
cómica, mucho más irrespetuosa.
Con una sorna repetida
que ofende, se obstina en ridiculizar toda la cultura que rodea al
afrodescendiente, al negro, al niche, al
africano. ¡Llámelo como quiera!
“(…) A mí me parece que el humor es una muestra
también de inteligencia (…)” dice en una entrevista
Rubén Blades. Precisamente por esa
innata cualidad que es la inteligencia
ni todos los hechos ni todos los momentos están a merced de una pésima broma.
Se burla de sus colores
brillantes, de sus collares, de la exuberante magia de los arabescos en sus
trajes; de la alegría -que no
entiende- de su música, ni de la
influencia que trajeron las canciones de
trabajo (work songs) además de las
canciones espirituales (cánticos
religiosos de los esclavos) que originaron el blues.
¡Cuánto dolor
infringido estúpidamente a la raza
negra! Decenas de millones de personas
torturadas, encadenadas, desarraigadas
de sus familias, borradas
literalmente de la faz de la tierra.
¡Cuánto dolor
esparcido aun hoy entre las familias
judías que ni sepultar sus antepasados pudieron!
¿Qué inteligencia puede concebir la idea de que la muerte de
millones de personas es un asunto de “estrategia económica”, o que la de millones
de negros es un tema carnavalesco de regocijo diario?
¿Está nuestra sociedad
preparada para asumir la responsabilidad de afrontar un posconflicto justo y
equilibrado? Yo creo que no. Antes de ello el colombiano debe encontrarse
consigo mismo y despejar honestamente el conflicto que existe en su interior.
Hoy todavía nos
alejamos irracionalmente, bienvenidos los disensos, de realidades absolutas como el homosexualismo, la
diversidad racial, la indigencia, la pobreza, la igualdad de géneros, las prostitutas,
los comunistas, los “burgueses”, los drogadictos, los alcohólicos, los de aquí,
los de allá, los de acullá.
Los que sentencian se han rotulado el derecho de considerarse
miembros de una sociedad perfecta no sujeta a señalamientos. ¡Qué mentira más abrupta!
Los años venideros no
serán pacíficos, ni con mil firmas de paz, si no tenemos la inteligencia de
amarrar nuestros pensamientos a nuestras acciones, respaldadas por nuestras
palabras.
Solo la ingenuidad o la
ignorancia nos alejan de nuestra realidad.
Que cada quien escoja la que le pertenezca.
Publicado abril 2016
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