viernes, 1 de julio de 2016




EN RESCATE DE LA INTELIGENCIA


“Qué frágiles son los bastiones de la civilización. El Holocausto nos recordará para siempre que el conocimiento divorciado de los valores solo puede servir para agravar la pesadilla humana; que tener cabeza sin corazón no es humano”.   Bill Clinton.

En toda la historia de la humanidad existen dos hechos que observados incluso con ligereza, convierten a sus victimarios y  verdugos en una equivocación obscena de Dios.

Solo pensar que alguien tuviera la desgraciada fortuna de hallar a miles de “colaboradores”  para cometer el genocidio más grande en contra de la  cultura  judía, es de por si escabroso.  Seis millones entre hombres, mujeres y niños aniquilados inexplicablemente.  Es decir, la mitad de su población actual, que puede llegar a sumar algo más de trece millones de personas.

Otro hecho repugnante fue el sometimiento a  la raza negra por mercaderes de  seres humanos.  Sumergidos en la animalidad de sus instintos y en la ambición de sus bolsillos persiguieron a los negros para “utilizarlos”  como mano de obra barata; exonerándose de culpa con el pretexto  de que los negros eran similares a los animales, ajenos a ser considerados sujetos de derecho, sin alma ni sentimiento.

Tan descomunal fue la barbarie de la esclavitud que hoy la historia no acierta a establecer con exactitud cuántos negros murieron a raíz de su cautiverio  y tráfico.  Algunos  historiadores hablan de quince millones mientras  otros investigadores calculan diecisiete millones de muertos de los sesenta millones encadenados.


Cualquier simpatía con estos dos cruentos  hechos, como de muchos otros que no trato por su extensión, es  inexplicable en una época en donde se habla incansablemente del respeto a los derechos humanos en toda su extensión.

Esto viene ligado, premeditadamente, a qué concepción tiene un sector de los colombianos de la palabra paz y reconciliación. Incierto es el proceso, no solo de negociación sino de comprensión y aplicación, si se mira globalmente,  en donde se continúe  pensando que la paz es un monosílabo mágico que actúa por si mismo.

A estas reflexiones he llegado porque entre el andar y desandar he conocido personajes a los que todavía les atormentan agradablemente los hechos incivilizados de los civilizados.  Posiblemente ni siquiera se han percatado de tan triste ironía.

Distinguí uno exhibiendo una manilla verde alrededor de su muñeca respaldando la confusa paz del presidente Santos y su reelección.  Junto a él, mucha literatura;  pertinaz en su lectura cotidiana como el que más.

Claro, hay que hacer una salvedad necesaria.  Leer no es un acto de inteligencia; simple y llanamente es un proceso mecánico que se adquiere, casi que obligatoriamente en la infancia.  Que no garantiza de ninguna manera  el privilegio de la comprensión y la coherencia.

Frente al primer hecho, el del holocausto judío, lo justifica tímidamente   replicando el argumento de que era necesario porque ellos  eran una amenaza económica para el mundo. 

Con respecto a los negros su posición no es ideológica.  Es cómica, mucho más irrespetuosa.
Con una sorna repetida que ofende,  se obstina en  ridiculizar toda la cultura que rodea al afrodescendiente, al negro, al  niche, al africano. ¡Llámelo como quiera!

“(…) A mí me parece que el humor es una muestra también de inteligencia (…)” dice en una entrevista Rubén Blades.  Precisamente por esa innata  cualidad que es la inteligencia ni todos los hechos ni todos los momentos están a merced de una pésima broma.

Se burla de sus colores brillantes, de sus collares, de la exuberante magia de los arabescos en sus trajes;  de la alegría -que no entiende-  de su música, ni de la influencia que trajeron  las canciones de trabajo (work songs) además de las canciones espirituales (cánticos religiosos de los esclavos) que originaron el  blues

¡Cuánto dolor infringido estúpidamente  a la raza negra!  Decenas de millones de personas torturadas,  encadenadas,  desarraigadas  de sus familias,  borradas literalmente de la faz de la tierra.

¡Cuánto dolor esparcido  aun hoy entre las familias judías que ni sepultar sus antepasados pudieron!

¿Qué inteligencia  puede concebir la idea de que la muerte de millones de personas es un asunto de “estrategia económica”, o que la de millones de negros es un tema carnavalesco de regocijo diario?

¿Está nuestra sociedad preparada para asumir la responsabilidad de afrontar un posconflicto justo y equilibrado?  Yo creo que no.  Antes de ello el colombiano debe encontrarse consigo mismo y despejar honestamente el conflicto que existe en su interior.


Hoy todavía nos alejamos irracionalmente, bienvenidos los disensos, de realidades  absolutas como el homosexualismo, la diversidad racial, la indigencia, la pobreza, la igualdad de géneros, las prostitutas, los comunistas, los “burgueses”, los drogadictos, los alcohólicos, los de aquí, los de allá, los de acullá.

Los que sentencian  se han rotulado el derecho de considerarse miembros de una sociedad perfecta no sujeta a señalamientos.  ¡Qué mentira más abrupta!

Los años venideros no serán pacíficos, ni con mil firmas de paz, si no tenemos la inteligencia de amarrar nuestros pensamientos a nuestras acciones, respaldadas por nuestras palabras.
Solo la ingenuidad o la ignorancia nos alejan de nuestra realidad.  Que cada quien escoja la que le pertenezca.

Publicado abril 2016




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