¡ELLOS
SON LOS MISERABLES!
“¿Quién puede asegurar qué espectáculo es más
horrible: el de unos corazones secos o el de unos cráneos vacíos?” Honorato de Balzac. (Papá Goriot).
El preámbulo de las elecciones para alcaldía y concejo siempre dejará ver lo peor de los candidatos que buscan “mejorar su estatus”;
aprovecharán cada penuria humana para
convertirla en bendición de campaña.
De hecho el hombre ha estado expuesto durante la
historia a vivir sus desgracias, las
físicas y las del alma. Por lo
regular se juntan en una amistad consecuente que aumenta, como una lupa, la
imagen de la tragedia humana. La vida se
ensaña con algunos seres como cobrando deudas pasadas o pretendiendo amenizar
el festín morboso de los que se revuelcan a gusto en las inmundicias de la
desventura ajena.
Desgracias
hay muchas. Ellas abundan,
recordándonos lo frágiles que somos infinitamente. No basta con la firmeza del carácter para
superar capítulos completos de vida desgraciada. El carácter, como un narcótico, adormece el
dolor pero casi nunca recupera la
dignidad ni equilibra el verdadero valor social del ser humano en países como
el nuestro.
Existe la desgracia económica, la más apabullante y
explotada. La de no tener qué poner
sobre la mesa para comer; la de mendigar para resistir; la de dejar de dormir
para alargar las jornadas de trabajo y quedar con algo; la de desnutrirse para
dar de comer a los hijos; la de suplicar por una medicina; la de arriesgar la
vida en una casa de barro, latas y cartones; la de barrer pisos y lavar ropa
ajena por una bagatela; la de vender el voto por un falso bienestar…la de
suicidarse para desaparecer.
La desgracia de la enfermedad, de creer o no creer
en Dios, del color de piel, de la inclinación sexual desaprobada, de las clases
sociales, de los apellidos, de los trabajos sin cartón…
Mientras la desesperanza crece, los aprendices y
sus mentores rondan con vocación de hienas, se
abalanzan sobre los cuerpos cansados, animados por los aplausos de la horda
expectante. Es que entre los unos y los
otros, los más miserables y los desgraciados, hay una capa informe, contrahecha moralmente, que instiga, fustiga,
reclama que el espectáculo continúe.
Sentirse en la mitad del escenario los aleja del fondo, creen ellos.
Ignoran que ante el menor remezón quedarán volteados en posición de sodomía, y serán el siguiente bocado para los rapaces que atragantados alimentan a sus hijos con el repugnante producto de la desgracia humana.
Ignoran que ante el menor remezón quedarán volteados en posición de sodomía, y serán el siguiente bocado para los rapaces que atragantados alimentan a sus hijos con el repugnante producto de la desgracia humana.
Ya llegan las elecciones. Ya se siente fluir el hedor de los que
trafican con el dolor para ceñirse la corona del Mesías. Ya escudriñan los rincones de los barrios
vulnerables para, con la misma cámara de sus últimas vacaciones en Disney World o Providencia, capturar la
postración del ser humano, sin voluntad y en agonía.
Ya posan con niños mocosos y desnutridos, medio
estrechando manos callosas y
sudorosas. Regalando esperanzas pintadas
en papel moneda; sonriendo para convertirlos en el bagazo de los cuatro años
venideros. Luego se reciclarán para
reutilizarlos.
Procaces terminan invadiendo los cuartos de enfermos desahuciados, y a costa de ellos alcanzar el triunfo con el que pisotearán a los mismos desahuciados; cuelgan de sus portales y redes sociales la aflicción infinita de la pobreza económica, sus casas derrumbándose, los pañales reteniendo su incontinencia, sus miembros inmóviles, sus rostros agotados y vencidos, sus miradas perdidas, sus sillas de ruedas oxidadas. Sus hijos sonriendo inocentes frente a la lente, lejos de imaginar que sus padres, más por ignorancia que por necesidad, los alquilan por una libra de arroz y una inútil palmadita.
Procaces terminan invadiendo los cuartos de enfermos desahuciados, y a costa de ellos alcanzar el triunfo con el que pisotearán a los mismos desahuciados; cuelgan de sus portales y redes sociales la aflicción infinita de la pobreza económica, sus casas derrumbándose, los pañales reteniendo su incontinencia, sus miembros inmóviles, sus rostros agotados y vencidos, sus miradas perdidas, sus sillas de ruedas oxidadas. Sus hijos sonriendo inocentes frente a la lente, lejos de imaginar que sus padres, más por ignorancia que por necesidad, los alquilan por una libra de arroz y una inútil palmadita.
Las leyendas urbanas hablan de que después de
saludarlos corren a sus camionetas 4x4 y se lavan las manos con alcohol antiséptico; que
practican ejercicios de yoga para retener la respiración por más de dos
minutos para no respirar el mismo aire;
que poseen un mecanismo sofisticado que les hace olvidar los horrendos sitios y
a sus desdichados habitantes.
Les reconozco el esfuerzo que hacen de medio
relacionarse con los invisibles. Los que
por años han ignorado y soslayado sistemáticamente. Aunque vienen del mismo fondo, emergentes
modernos, despojan al ser humano para poder compartir junto a los que como ellos han trepado sin
mérito alguno.
¿Cómo votar por los candidatos y candidatas que en
sus campañas irrespetan la intimidad de la pobreza, la vergüenza y la pena de la escasez, el
momento sagrado del dolor espiritual?
¿Cómo confiar en los candidatos y
candidatas que en lugar de presentar soluciones inteligentes exhiben como
trofeos fotografías de seres arruinados y moribundos?
¿Con esa impasibilidad esperan levantar ciudades
más humanas, más decentes, más valiosas en lo esencial?
No son los caídos en desgracia los miserables. Son humanos viviendo y heredando calamidades
repetidas.
¡Los miserables son los otros, los de siempre, los
desarrapados morales que enclavan su falso trono sobre los más vulnerables, los
desvalidos, los analfabetos, los ingenuos de corazón! ¡En las arrugas de cada
anciano y en el presente de nuestra niñez!
¡Ellos sí son los miserables!
Son muchos los invisible que en èpocas electorales se hacen visibles y una vez el aspirante alcanza su meta, olvida que esos seres con sentimientos, frustraciones y necesidades existen.
ResponderEliminarEstos invisibles solo vuelven a ser importantes para nuevamente utilizarlos cuando de ellos se requieren nuevos "favores" o para querer demostrar ese gobernante o candidato que le acompañan grandes sentimientos solidarios y de una inmensa sensibilidad. Que engaño tan grande,