viernes, 22 de mayo de 2015





¡ELLOS SON LOS  MISERABLES!



¿Quién puede asegurar qué espectáculo es más horrible: el de unos corazones secos o el de unos cráneos vacíos?”  Honorato de Balzac. (Papá Goriot).





El preámbulo de las elecciones para alcaldía y concejo siempre dejará ver lo peor de los candidatos que buscan “mejorar su estatus”; aprovecharán cada penuria humana  para convertirla en bendición de campaña.

De hecho el hombre ha estado expuesto durante la historia a vivir sus desgracias, las  físicas y las del alma.  Por lo regular se juntan en una amistad consecuente que aumenta, como una lupa, la imagen de la tragedia humana.  La vida se ensaña con algunos seres como cobrando deudas pasadas o pretendiendo amenizar el festín morboso de los que se revuelcan a gusto en las inmundicias de la desventura ajena.

Desgracias  hay muchas.  Ellas abundan, recordándonos lo frágiles que somos infinitamente.  No basta con la firmeza del carácter para superar capítulos completos de vida desgraciada.  El carácter, como un narcótico, adormece el dolor pero casi  nunca recupera la dignidad ni equilibra el verdadero valor social del ser humano en países como el nuestro.

Existe la desgracia económica, la más apabullante y explotada.  La de no tener qué poner sobre la mesa para comer; la de mendigar para resistir; la de dejar de dormir para alargar las jornadas de trabajo y quedar con algo; la de desnutrirse para dar de comer a los hijos; la de suplicar por una medicina; la de arriesgar la vida en una casa de barro, latas y cartones; la de barrer pisos y lavar ropa ajena por una bagatela; la de vender el voto por un falso bienestar…la de suicidarse para desaparecer.

La desgracia de la enfermedad, de creer o no creer en Dios, del color de piel, de la inclinación sexual desaprobada, de las clases sociales, de los apellidos, de los trabajos sin cartón… 

Mientras la desesperanza crece, los aprendices y sus mentores rondan con vocación de hienas, se abalanzan sobre los cuerpos cansados, animados por los aplausos de la horda expectante.  Es que entre los unos y los otros, los más miserables y los desgraciados, hay una capa informe,  contrahecha moralmente, que instiga, fustiga, reclama que el espectáculo continúe.  Sentirse en la mitad del escenario los aleja del fondo, creen ellos. 

Ignoran que ante el menor remezón quedarán volteados en posición de sodomía, y serán el siguiente bocado para los rapaces que atragantados  alimentan a sus hijos con el  repugnante producto de  la desgracia humana.

Ya llegan las elecciones.  Ya se siente fluir el hedor de los que trafican con el dolor para ceñirse la corona del Mesías.  Ya escudriñan los rincones de los barrios vulnerables para, con la misma cámara de sus últimas vacaciones en Disney World o Providencia, capturar la postración del ser humano, sin voluntad y en agonía.

Ya posan con niños mocosos y desnutridos, medio estrechando  manos callosas y sudorosas.  Regalando esperanzas pintadas en papel moneda; sonriendo para convertirlos en el bagazo de los cuatro años venideros.  Luego se reciclarán para reutilizarlos.

Procaces terminan invadiendo los cuartos de enfermos desahuciados, y a costa de ellos alcanzar  el triunfo con el que pisotearán a  los mismos desahuciados; cuelgan de sus portales y redes sociales la aflicción  infinita de la pobreza económica, sus casas derrumbándose, los pañales reteniendo su incontinencia, sus miembros inmóviles, sus rostros agotados y vencidos, sus miradas perdidas, sus sillas de ruedas oxidadas.  Sus hijos sonriendo inocentes frente a la lente,  lejos de imaginar que sus padres, más por ignorancia que por necesidad, los alquilan  por una libra de arroz y una inútil palmadita.

Las leyendas urbanas hablan de que después de saludarlos corren a sus camionetas 4x4 y se lavan las manos con alcohol antiséptico; que practican ejercicios de yoga para retener la respiración por más de dos minutos  para no respirar el mismo aire; que poseen un mecanismo sofisticado que les hace olvidar los horrendos sitios y a sus desdichados habitantes.

Les reconozco el esfuerzo que hacen de medio relacionarse con los invisibles.  Los que por años han ignorado y soslayado sistemáticamente.  Aunque vienen del mismo fondo, emergentes modernos, despojan al ser humano para poder compartir  junto a los que como ellos han trepado sin mérito alguno.

¿Cómo votar por los candidatos y candidatas que en sus campañas  irrespetan  la intimidad de la pobreza,  la vergüenza y la pena de la escasez, el momento sagrado del dolor espiritual?   ¿Cómo confiar en los  candidatos y candidatas que en lugar de presentar soluciones inteligentes exhiben como trofeos fotografías de seres arruinados y moribundos? 

¿Con esa impasibilidad esperan levantar ciudades más humanas, más decentes, más valiosas en lo esencial?

No son los caídos en desgracia los miserables.  Son humanos viviendo y heredando calamidades repetidas.

¡Los miserables son los otros, los de siempre, los desarrapados morales que enclavan su falso trono sobre los más vulnerables, los desvalidos, los analfabetos, los ingenuos de corazón! ¡En las arrugas de cada anciano y en el presente de nuestra niñez!

¡Ellos sí son los miserables!


1 comentario:

  1. Son muchos los invisible que en èpocas electorales se hacen visibles y una vez el aspirante alcanza su meta, olvida que esos seres con sentimientos, frustraciones y necesidades existen.
    Estos invisibles solo vuelven a ser importantes para nuevamente utilizarlos cuando de ellos se requieren nuevos "favores" o para querer demostrar ese gobernante o candidato que le acompañan grandes sentimientos solidarios y de una inmensa sensibilidad. Que engaño tan grande,

    ResponderEliminar