sábado, 17 de febrero de 2018






EL REINO DE LA INDECENCIA

«Una sociedad civilizada es aquella cuyos miembros no se humillan unos a otros, mientras que una sociedad decente es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas». La sociedad decente de Avishai Margalit.

 
«Hombre Caminante»

Existen situaciones que para analizarlas es preferible tener el corazón tranquilo y la cabeza en su sitio; no con el fin de establecer dogmas inquebrantables y sagrados, sino antes, por el contrario, para interpretar el hecho y sus causas, sin vehemencia desbordada.

El espectáculo vulgar ocurrido hace unas semanas en el ascensor de la alcaldía municipal de Girardot, provocado por una contratista o funcionaria de este ente (es lo mismo), en contra de un ciudadano y de su hijo menor de edad, Carabinerito por demás, pone de manifiesto el erróneo concepto de autoridad, acompañada de una mórbida arrogancia exhibida por este desgobierno que nos ha tocado soportar. 

Premeditadamente no escribí sobre este tema tan pronto ocurrió, porque colocar los sucesos que atentan contra la dignidad de las personas y la sociedad en viscerales escenarios mediáticos, solamente ayuda a que los medios de comunicación disparen sus índices de audiencia, tomando como combustible la morbosidad, el goce insano y la especulación de sus seguidores.

Después puede suceder incluso que el agredido termine como agresor y el victimario se presente como víctima.

Hay que anotar, para colocar el tema en contexto, que quien suscita los desmanes es una persona con la «experiencia» de la que tanto urge el alcalde designado Arbeláez (necesaria según él para poder pertenecer al «bureau» municipal); asesora antaño de relaciones humanas, consejera o exconsejera de cultura (lo mismo da), abogada y funcionaria de cobro coactivo.  Excelente comportamiento para tan vasta experiencia.

Pero la pita tiene más de largo.  Es la patente de corso que el alcalde designado le extendió a todos los funcionarios de la alcaldía para maltratar a quien se les antoje, justamente al hacer oídos sordos a lo que visualmente es una prueba fehaciente.

Jamás presentó un comunicado oficial el anfitrión municipal explicando lo ocurrido contra unos ciudadanos, que, en principio, el único error que cometieron fue arriesgarse a entrevistarse con él — ¡vaya ironía! —, para obsequiarle unas artesanías y un café, propios de nuestros indígenas Arhuacos.

Muy bien, en cambio, por Alejandro Ferreira, el padre agredido.  Siempre, al menos en lo que se observa en el video, mantuvo la compostura digna de un hombre respetuoso ante su hijo y con las personas que se encontraban en ese momento en el lugar.  Ejemplo invaluable de que no son los títulos ni los cargos los que hacen a la persona, sino la educación en casa y  don de gente.

¿Será que, en este otro acto de patanería, corresponde también guardar silencio como en nuestra versión criolla de las mejores dictaduras de provincia?

¡Es un no definitivo!  Porque lo que se ratifica con actos, sin adjetivo calificativo, como estos, es lo que casi nadie ha querido reconocer porque no importa o no conviene; y es que, a esta administración, como a anteriores, los moradores de esta casi ciudad no les importa; la persona, como esencia de ser humano, no les importa; el respeto por la ciudad, no existe.  Este es un macilento ejemplo de ello.

¿Cómo se le explica a un hijo, menor de edad, que las instituciones que están para reconocerle su estatus de ciudadano, en lugar de esto, sus representantes lo irrespetan, sin que un murmullo ininteligible baje por las escaleras desgastadas y sucias del recinto para presentar excusas?

Es un Estado provincial anárquico, que, embriagado por un poder caído del cielo, empodera a sus secuaces para que alimenten sus menoscabados egos con la piel y el alma de personas decentes, laboriosas, respetuosas y orgullosas de las instituciones de autoridad.  No de otra forma, en este caso exacto, el niño pertenecería al Programa Cívico de los Carabineros, «Carabineritos de Girardot».

Ya es suficiente con todas las carencias y calamidades que estas últimas administraciones le han enclavado progresivamente a Girardot, convirtiéndola irremediablemente en una casi ciudad.

Bien lo anota Rodolfo Vásquez, profesor emérito del Instituto Tecnológico de México, hablando sobre decencia, desigualdades y consenso socialdemócrata.  Dice él que «Las instituciones y las autoridades públicas “no humillan” cuando satisfacen las expectativas ciudadanas […] cuando, en definitiva, contribuyen a la autoestima de la persona mediante el reconocimiento y promoción de su autonomía, dignidad e igualdad».

Pero Avishai Margalit avanza más allá; observa que «El concepto de “humillación” como pérdida de control es el concepto operativo de degradación entendido como la destrucción de la autonomía humana». 

Por esto es que no podemos permitir que irracionalidades como estas prosperen y se reproduzcan, así como hemos permitido con otros hechos que desmoronan la estructura social, colocándola bajo los pies de quienes promueven dichos hechos por acción o por omisión.

Si atendemos a pie juntillas el concepto de Avisha Margalit, Girardot enarbola las dos degradantes condiciones en este caso puntual.  Una sociedad incivilizada en donde sus miembros se humillan unos a otros, y una sociedad indecente en donde las instituciones humillan a las personas.


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