EL REINO DE LA INDECENCIA
«Una sociedad civilizada es aquella cuyos miembros no se humillan unos
a otros, mientras que una sociedad decente es aquella cuyas instituciones no
humillan a las personas». La sociedad decente de Avishai Margalit.
Existen situaciones que para analizarlas es preferible tener el corazón
tranquilo y la cabeza en su sitio; no con el fin de establecer dogmas
inquebrantables y sagrados, sino antes, por el contrario, para interpretar el
hecho y sus causas, sin vehemencia desbordada.
El espectáculo vulgar ocurrido hace unas semanas en el ascensor de la
alcaldía municipal de Girardot, provocado por una contratista o funcionaria de
este ente (es lo mismo), en contra de un ciudadano y de su hijo menor de edad, Carabinerito
por demás, pone de manifiesto el erróneo concepto de autoridad, acompañada de
una mórbida arrogancia exhibida por este desgobierno que nos ha tocado soportar.
Premeditadamente no escribí sobre este tema tan pronto ocurrió, porque
colocar los sucesos que atentan contra la dignidad de las personas y la
sociedad en viscerales escenarios mediáticos, solamente ayuda a que los medios
de comunicación disparen sus índices de audiencia, tomando como combustible la
morbosidad, el goce insano y la especulación de sus seguidores.
Después puede suceder incluso que el agredido termine como agresor y el
victimario se presente como víctima.
Hay que anotar, para colocar el tema en contexto, que quien suscita los
desmanes es una persona con la «experiencia» de la que tanto urge el alcalde
designado Arbeláez (necesaria según él para poder pertenecer al «bureau» municipal); asesora antaño de
relaciones humanas, consejera o exconsejera de cultura (lo mismo da), abogada y
funcionaria de cobro coactivo. Excelente
comportamiento para tan vasta experiencia.
Pero la pita tiene más de largo.
Es la patente de corso que el alcalde designado le extendió a todos los
funcionarios de la alcaldía para maltratar a quien se les antoje, justamente al
hacer oídos sordos a lo que visualmente es una prueba fehaciente.
Jamás presentó un comunicado oficial el anfitrión municipal explicando
lo ocurrido contra unos ciudadanos, que, en principio, el único error que
cometieron fue arriesgarse a entrevistarse con él — ¡vaya ironía! —, para obsequiarle
unas artesanías y un café, propios de nuestros indígenas Arhuacos.
Muy bien, en cambio, por Alejandro Ferreira, el padre agredido. Siempre, al menos en lo que se observa en el
video, mantuvo la compostura digna de un hombre respetuoso ante su hijo y con
las personas que se encontraban en ese momento en el lugar. Ejemplo invaluable de que no son los títulos
ni los cargos los que hacen a la persona, sino la educación en casa y don de
gente.
¿Será que, en este otro acto de patanería, corresponde también guardar
silencio como en nuestra versión criolla de las mejores dictaduras de
provincia?
¡Es un no definitivo! Porque lo
que se ratifica con actos, sin adjetivo calificativo, como estos, es lo que
casi nadie ha querido reconocer porque no importa o no conviene; y es que, a
esta administración, como a anteriores, los moradores de esta casi ciudad no
les importa; la persona, como esencia de ser humano, no les importa; el respeto
por la ciudad, no existe. Este es un
macilento ejemplo de ello.
¿Cómo se le explica a un hijo, menor de edad, que las instituciones que
están para reconocerle su estatus de ciudadano, en lugar de esto, sus
representantes lo irrespetan, sin que un murmullo ininteligible baje por las
escaleras desgastadas y sucias del recinto para presentar excusas?
Es un Estado provincial anárquico, que, embriagado por un poder caído del
cielo, empodera a sus secuaces para que alimenten sus menoscabados egos con la
piel y el alma de personas decentes, laboriosas, respetuosas y orgullosas de
las instituciones de autoridad. No de
otra forma, en este caso exacto, el niño pertenecería al Programa Cívico de los
Carabineros, «Carabineritos de Girardot».
Ya es suficiente con todas las carencias y calamidades que estas
últimas administraciones le han enclavado progresivamente a Girardot,
convirtiéndola irremediablemente en una casi ciudad.
Bien lo anota Rodolfo Vásquez, profesor emérito del Instituto
Tecnológico de México, hablando sobre decencia, desigualdades y consenso socialdemócrata. Dice él que «Las instituciones y las autoridades
públicas “no humillan” cuando satisfacen las expectativas ciudadanas […]
cuando, en definitiva, contribuyen a la autoestima de la persona mediante el
reconocimiento y promoción de su autonomía, dignidad e igualdad».
Pero Avishai Margalit avanza más allá; observa que «El concepto de “humillación” como pérdida de control es el concepto
operativo de degradación entendido como la destrucción de la autonomía
humana».
Por esto es que no podemos permitir que irracionalidades como estas
prosperen y se reproduzcan, así como hemos permitido con otros hechos que
desmoronan la estructura social, colocándola bajo los pies de quienes promueven
dichos hechos por acción o por omisión.
Si atendemos a pie juntillas el concepto de Avisha Margalit, Girardot enarbola
las dos degradantes condiciones en este caso puntual. Una sociedad incivilizada en donde sus
miembros se humillan unos a otros, y una sociedad indecente en donde las
instituciones humillan a las personas.
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