CAMPESINA,
MADRE Y GUERRERA
Doña Rosalbina López acompañada de su señora madre. |
La primera vez que la vi el sol
arremetía iracundo contra su rostro escudado tras de una visera de un verde
pálido envejecido.
Rosalbina López es otra guerrera de la
calle. Se levanta todos los días a las
dos de la mañana a preparar su almuerzo para salir una hora después hacia la
empresa, “Ser Ambiental” y “recibir las bolsas, sacar la herramienta e
ir a trabajar”; de cuatro de la mañana a doce del día.
Tocaimuna hace 57 años; de sus tres
hijos (dos hombres y una mujer) solo queda viva la hija porque el entorno no
les perdonó a los varones su género; sucumbieron igual que otros.
La segunda y única mujer de cinco
hermanos en una familia campesina. A los siete años ya respondía por la casa mientras que sus hermanos “salían a echar azadón con mamá y papá.”
Llegó a Barranquilla con el hombre que
se casó. “Pero - cuenta Rosalbina-
hubo cosas que no tenía por qué soportar entonces nos separamos”. Se quedó trabajando interna en una casa y sus
hijos terminaron en manos de su madre en Girardot; el padre los entregó.
Triste por la lejanía con su familia
llega a Girardot en el año 88; trabajo no faltó; vendió frutas en la plaza de mercado, se
internó en una casa del barrio La Magdalena, ingresó a Comfenalco como
camarera; luego su hermano mayor le ayudó a ingresar a ERAS y terminó años
después trabajando en Ser Ambiental. Allí lleva 11 años.
“Para
mí fue muy duro porque el cambio de la sombra al sol era muy
tenaz. Pero ahí me fui acostumbrando,
gracias a Dios, y ya en ese son voy a cumplir 16 años.”
De la calle siente que hay personas muy decentes pero “(…) hay gente que es demasiadamente grotesca, vulgar, que lo miran a
uno como cualquier cosa.” Por eso percibe que se da más el atropello que la
amabilidad por parte del ciudadano.
Pero no es eso lo que más le afecta
como escobita; es “cuando calienta ese
sol, tan desesperante que uno no encuentra sombra en ninguna parte.” Pero
no es suficiente para que deje de
agradecerle a Dios por su trabajo que “(…)
lo valoro y aprecio.”
Rosalbina es católica y aunque no
asiste asiduamente a la iglesia siente que Dios está siempre a su lado. “Yo he
barrido en sitios difíciles pero nunca me ha sucedido nada. Antes pasan y lo saludan a uno.”
Por esto tal vez tiene tan clara la
realidad de la calle y sentencia segura y acertadamente: “El indigente nunca lo roba a uno (…)”
Con todo el camino que ha recorrido de
Girardot piensa que lo primero que le
cambiaría sería “tanto indigente que hay
en la calle, tanto niño (…)” Es muy probable que recordando el final que
tuvieron sus hijos se compadezca de estas criaturas que se “(…) les han ido de las manos a sus padres”.
Pero no solo le atormenta los habitantes de la calle; hay algo que
aborrece: “(…) tanto estiércol que
encuentra uno por la calle. ¡Esos olores
tan inmundos!”
Rosalbina tiene una risa que se
desborda como una cascada. Aparece cuando le preguntamos qué tan fácil es vivir
con un mínimo. “Es difícil, muy
difícil. Pero gracias a Dios uno tiene
para los gastos más necesarios.”
Esto hace que el descanso no pueda ir
más allá de visitar a su hija o quedarse arreglando la casa.
Ascenso a la vivienda de Rosalbina López y su familia. |
Para llegar a su hogar hay que ascender por un trecho corto tejido
con zanjas y piedras que lastiman menos
que la desesperanza y la muerte.
Dentro de ella hay dos espacios
separados artesanalmente sobre piso de tierra.
El patio es un despeñadero que a través del tiempo se erosiona y se
acerca peligrosamente a lo medio construido. Según el municipio es zona de alto
riesgo y las ubicarán en un nuevo lugar. Ella y su madre
se aferran a esa promesa.
Hace tres años, el 30 de septiembre
recuerda Rosalbina, el techo fue cambiado porque un vendaval se lo
llevó todo. No olvida la ayuda
que recibió del ingeniero Óscar, en Ser
Ambiental, cuando entró a Recurso Humano en busca de auxilio. Reconoce agradecida: “La verdad primeramente a Dios y al ingeniero Óscar yo le debo todo este
techo.”
Su mensaje de despedida fue para la
juventud.
“Yo lo único que digo es que mi Dios tenga piedad de esas niñas, las
favorezca. Hay mucho joven que no ha
llegado a conocer ni la cédula y ya están bajo tierra. ¡Para uno de madre es muy triste y
doloroso! Para uno le queda el
remordimiento y el dolor de haber podido y no haber sido.”
Acompañado de mi hermana Sandra Milena
bajamos el empedrado y subimos las escalinatas hasta la carrera cuarta, acompañados por ella, agradecidos de habernos permitido conocerla de cerca, sin
uniformes que rotulan ni profesiones que denigran y segmentan.
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