Lo primeros que salieron volando fueron los pájaros. Alguien había llegado hasta su morada profanándola para que la luz neón pudiera cubrir los andenes solitarios de la noche. Como si para permitir que las luces iluminen los caminos se hiciera necesario destruir completamente el follaje de los árboles. ¡Sería mejor, entonces, arrancarlos de tajo y para siempre!
El sol caía
furioso sobre los rostros sudorosos e insensibles de unos hombres que con
motosierra en mano, casi que iracundos, mutilaban los árboles que con su frondosidad
refrescaban ávidos e inocentes el pesado
andar de decenas de transeúntes por los andenes sobre los que ellos se levantaban.
Algunos de esos
hombres vestían un color similar al de sus víctimas. Un “verde esperanza” que se alcanzaba a
perder entre el ramaje agonizante que caía lenta e inexplicablemente al
pavimento árido de la vía. Una aridez
que exudaba incluso de los espectadores que presenciaban complacidos y casi que
agradados esa catarsis a plena luz de la mañana.
Otros vestían de
azul. Paradójicamente el color que
simboliza la sabiduría, la inteligencia y la transparencia. El que universalmente se encuentra ligado con el
verde de la ecología.
Con especial
dedicación bloquearon las vías de acceso para poder estacionar sus carros, con brazos de pulpo, y comenzar la masacre sin que ninguno osara interrumpir
tan deplorable y vil acto humano. Si en
ello existe algo de humano.
Eran muchos
hombres cercenando, tumbando, recogiendo y arrojando al platón de una volqueta
una cantidad de ramas incapaces nunca de defenderse. ¿Cómo calificar un ataque avasallante en
donde la víctima es totalmente inerme e inofensiva? ¿En donde la destrucción atropella y merma de
manera repugnante los derechos de los demás ciudadanos?
Fue una afrenta
contra la naturaleza que ni siquiera contaba con un permiso vigente de la Dirección
Técnica del Medio Ambiente. Era un
permiso caduco el que expuso cualquiera, como caduca es la consciencia de los
que olvidan que hoy más que nunca es cuando nuestro planeta merece nuestra
atención, nuestro respeto y nuestro afecto.
Hoy más que nunca es cuando debe entenderse que nada es insignificante ni mínimo para defender nuestro medio ambiente y que cada tala o poda equivocada, sumada con otras tantas, replicadas en varias ciudades del mundo, son menos oportunidades para rescatar y salvar lo que ya casi tenemos perdido.
Hoy más que nunca es cuando debe entenderse que nada es insignificante ni mínimo para defender nuestro medio ambiente y que cada tala o poda equivocada, sumada con otras tantas, replicadas en varias ciudades del mundo, son menos oportunidades para rescatar y salvar lo que ya casi tenemos perdido.
Entender por qué
el ser humano se comporta agresivamente con la naturaleza no es fácil. Algo debe de haber en los que se sientan en
primera fila para ver cómo se destruyen unos árboles que más allá de brindarnos
sombra, frescura, belleza, humedad y mejor calidad del aire, solo merecen ser podados técnicamente para
continuar con su ciclo normal de vida.
Es posible que
sea otra forma de catarsis. Quién dice
que no se reflejan las desgracias humanas en actos como estos y se utilizan para
poder seguir la vida con menos peso en el alma; para exculparse, para
entenderse, para soportarse resignada y tristemente. En su soledad interior.
También están
los idiotas. Ellos también pueden cometer actos como estos. Sin reparo ni pizca de remordimiento. En la antigua Grecia los idiotas eran
aquellos que sobresalían por su egoísmo y carecían de cualquier interés en los
temas concernientes con la “poli”–ciudad-. Seres “sin
nada que ofrecer a los demás y obsesionados por las pequeñeces de su casa y sus
intereses privados”.
Pero las explicaciones a la larga sobran. Terminan siendo innecesarias y pobres frente
a atentados como estos.
Y todo esto con
lo de siempre. No existe en Girardot algún ente oficial que vigile, verifique,
controle y sancione a quienes creyéndose dueños exclusivos de los árboles en
zonas públicas ordenan y realizan podas indiscriminadas y anti-técnicas.
Los Girardoteños
que se inventaron el cuento de “ciudad turística”, y los que se lo
creyeron, ignoran que el turismo sostenible es imposible si no
se respeta el medio ambiente.
Abusos como este
se observan incesantemente en cada calle
de nuestra casi ciudad ante los ojos abiertos y la boca sellada de las miles de
personas que siguen convencidas de que
lo que sucede aquí ni les compete, ni les atañe, ni les afecta. Ciudadanos
también de la antigua Grecia.
¡Cuánto esfuerzo
de la Naturaleza por seguir persistiendo no obstante los agravios del hombre, y
tan mínimo esfuerzo el de éste para destruir a quien lo ha hospedado
maternalmente en su regazo!
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