jueves, 11 de diciembre de 2014




LA CASI CIUDAD SIN ÁRBOLES



"Dios ha cuidado estos árboles, los ha salvado de la sequía, enfermedades y de miles de tempestades e inundaciones. Pero no puede salvarlos de los insensatos."  John Muir.





Lo primeros que salieron volando fueron los pájaros.  Alguien había llegado hasta su morada profanándola para que la luz neón pudiera cubrir los andenes solitarios de la noche.  Como si para permitir que las luces iluminen los caminos se hiciera necesario destruir completamente el follaje de los árboles.  ¡Sería mejor, entonces,  arrancarlos de tajo y para siempre!

El sol caía furioso sobre los rostros sudorosos e insensibles de unos hombres que con motosierra en mano, casi que iracundos, mutilaban los árboles que con su frondosidad  refrescaban ávidos e inocentes el pesado andar de decenas de transeúntes por los andenes sobre los  que ellos se levantaban.

Algunos de esos hombres vestían un color similar al de sus víctimas.  Un “verde esperanza” que se alcanzaba a perder entre el ramaje agonizante que caía lenta e inexplicablemente al pavimento árido de la vía.  Una aridez que exudaba incluso de los espectadores que presenciaban complacidos y casi que agradados esa catarsis a plena luz de la mañana.


Otros vestían de azul.  Paradójicamente el color que simboliza la sabiduría, la inteligencia y la transparencia.  El que  universalmente se encuentra ligado con el verde de  la ecología.

Con especial dedicación bloquearon las vías de acceso para poder estacionar sus carros,  con brazos de pulpo, y comenzar  la masacre sin que ninguno osara interrumpir tan deplorable y vil acto humano.  Si en ello existe algo de humano.

Eran muchos hombres cercenando, tumbando, recogiendo y arrojando al platón de una volqueta una cantidad de ramas incapaces nunca de defenderse.  ¿Cómo calificar un ataque avasallante en donde la víctima es totalmente inerme e inofensiva?  ¿En donde la destrucción atropella y merma de manera repugnante los derechos de los demás ciudadanos?

Fue una afrenta contra la naturaleza que ni siquiera contaba con un permiso vigente de la Dirección Técnica del Medio Ambiente.  Era un permiso caduco el que expuso cualquiera, como caduca es la consciencia de los que olvidan que hoy más que nunca es cuando nuestro planeta merece nuestra atención, nuestro respeto y nuestro afecto.

Hoy más que nunca es cuando debe entenderse que nada es insignificante ni mínimo para defender nuestro medio ambiente y que cada tala o poda equivocada, sumada con otras tantas, replicadas en varias  ciudades del mundo, son menos oportunidades  para rescatar y salvar lo que ya casi tenemos perdido.

Entender por qué el ser humano se comporta agresivamente con la naturaleza no es fácil.  Algo debe de haber en los que se sientan en primera fila para ver cómo se destruyen unos árboles que más allá de brindarnos sombra, frescura, belleza, humedad y mejor calidad del aire,  solo merecen ser podados técnicamente para continuar con su ciclo normal de vida.
 
Es posible que sea otra forma de catarsis.  Quién dice que no se reflejan las desgracias humanas en actos como estos y se utilizan para poder seguir la vida con menos peso en el alma; para exculparse, para entenderse, para soportarse resignada y tristemente. En su soledad interior.

También están los idiotas.  Ellos también  pueden cometer actos como estos.  Sin reparo ni pizca de remordimiento.  En la antigua Grecia los idiotas eran aquellos que sobresalían por su egoísmo y carecían de cualquier interés en los temas concernientes con la “poli”–ciudad-.  Seres “sin nada que ofrecer a los demás y obsesionados por las pequeñeces de su casa y sus intereses privados”.

Pero  las explicaciones a la larga sobran.  Terminan siendo innecesarias y pobres frente a atentados como estos.

Y todo esto con lo de siempre. No existe en Girardot algún ente oficial que vigile, verifique, controle y sancione a quienes creyéndose dueños exclusivos de los árboles en zonas públicas ordenan y realizan   podas indiscriminadas y anti-técnicas.

Los Girardoteños que se inventaron  el cuento de “ciudad turística”, y los que se lo creyeron,  ignoran  que el turismo sostenible es imposible si no se respeta el medio ambiente.
 
Abusos como este se observan  incesantemente en cada calle de nuestra casi ciudad ante los ojos abiertos y la boca sellada de las miles de personas  que siguen convencidas de que lo que sucede aquí ni les compete, ni les atañe, ni les afecta. Ciudadanos también de la antigua Grecia.

¡Cuánto esfuerzo de la Naturaleza por seguir persistiendo no obstante los agravios del hombre, y tan mínimo esfuerzo el de éste para destruir a quien lo ha hospedado maternalmente en su regazo!



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