PERIODISMO Y PUBLICIDAD
El publirreportaje «[…] bajo la
apariencia de una información periodística, difunde un mensaje comercial. En
este sentido el publirreportaje tiene mucho de impostura y de engaño al lector». Javier
Darío Restrepo – Periodista
El periodismo de opinión ocupa un
lugar inalienable dentro de las sociedades modernas, en donde el buen juicio y
sentir del periodista, formado académica, literaria y moralmente, se convierte
en un medio que estructura paulatinamente audiencias con criterio.
Cuánta falta hace en una ciudad, cantidad
de periodistas que produzcan columnas o programas de opinión que, a través de
sus posiciones personales, serias y responsables, ayuden a entender la
actualidad dialéctica de su entorno.
Girardot cuenta con uno, dos, o
tres comunicadores que se arriesgan a exponer sus opiniones. Un número no suficiente para la cantidad de
medios de comunicación existentes. Así
lo considero como ciudadano.
Hablo de comunicadores (periodistas)
argumentando con sus ideas. Aquí, y me
sabrán disculpar, no tengo en cuenta a quienes opinan desde un programa radial
o una columna, pero han ocupado en algún momento de su vida cargos públicos o
han acompañado causas políticas. No es
el tema en este caso.
Solo la ausencia de este género
periodístico debería ser tema de preocupación. Sin él la mayoría de las
personas terminan siendo una hoja seca vapuleada dentro de un torbellino,
dependiendo de la fuerza y agresividad de la corriente. Podría decirse, sin exagerar,
que es una sociedad vulnerable, expuesta a las ambiciones salvajes de quienes
viven a expensas de los crédulos e ingenuos.
Pero no suficiente con esta
situación alarmante de por sí, es posible que llegue a presentarse un fenómeno peor,
convirtiéndose en un «coctel molotov», que podría terminar explotando en el
rostro de una gran parte de la sociedad girardoteña.
Los publirreportajes. Que no tendrían nada de peligroso ni
censurable si realmente fueran única y exclusivamente… ¡publirreportajes!
Puede suceder que se publiquen
artículos generosos que merecen validación y revisión sobre lo que tratan; o manifestaciones
elogiosas hacia un personaje que resulta ser, inmediatamente, el representante
legal o propietario del establecimiento anunciante; o una combinación confusa y
«pegajosa» entre reportaje y un aviso publicitario del reportado.
Cualquiera de las anteriores
podría clasificar para engrandecer la suspicacia del colombiano, o su malicia
indígena mal administrada. Porque es que
«la mujer del César no solamente debe ser
honrada, sino además parecerlo».
Así el cubano Mario García advierta
que «los lectores saben reconocer
perfectamente qué es publicidad y qué información».
Pensando sobre el asunto, en días
pasados, me planteaba una solución en el caso de que se pudiera estar presentando
esta situación en Girardot; actuar tal cual como se hace con la publicidad
política; señalarla explícitamente para no generar sospechas y salir limpio de
la contienda. Informar, en honor a la ética
y al respeto a la audiencia, que equis publicación se trata de un «publirreportaje».
Javier Darío Restrepo, columnista
de opinión de varios diarios nacionales, Premio Nacional de Periodismo Simón
Bolívar y del Círculo de Periodistas de Bogotá, experto consumado en ética
periodística, indica que cuando al periodista se le asigna la tarea del
publirreportaje, o digo yo, éste la asume directamente, «se le crea una dualidad dañina porque el
periodista, por formación y por talante profesional, no está hecho para manejar las medias verdades del publicista, sino la
verdad más cercana a la realidad de los hechos».
Más aun, considera Javier Darío,
que «[…] obligar al periodista a que
escriba publirreportajes es violentar su conciencia ética. Peor aún,
cuando el periodista es quien acepta una tarea que pervierte su profesión, para
ganar algún dinero extra».
«El medio que publica publirreportajes, sin advertirlo al público,
incurre en un engaño. Denunciar esta clase de prácticas es tan necesario,
quizás más, como advertir sobre la venta de agua contaminada, drogas vencidas o
alimentos descompuestos. Son engaños en que se abusa de la buena fe del público
y que, además, hacen daño».
Transitando por este tema hay que
tener especial cuidado en no sucumbir ante el artilugio con el que se pueda
pretender obnubilar y disuadir, exhibiendo experiencia periodística, para desvirtuar una
condición que puede ser palpable.
Pues una cosa es la experiencia
que pueda argüir alguien para justificar su trayectoria y otra muy distinta,
pienso, es la buena fe y la verticalidad en el proceder que sí determinan
buenos actos y sanos ejercicios profesionales.
Ejemplos en Colombia tenemos
innumerables; cantidad de funcionarios expertos, egresados de las mejores
universidades y experiencias increíbles, pero con malas intenciones, pésimas
prácticas y ambición voraz. O revisemos las cárceles de nuestro país.
Otro periodista experto y
honesto, Josep Rovirosa, docente en diseño periodístico y columnista de
opinión, haciendo alusión al Código Deontológico del Colegio de Periodistas de
Cataluña, recurre al concepto de que «no
se pueden presentar subrepticiamente las diferentes modalidades de patrocinio e
información comercial como si fueran materiales informativos de las redacciones
ni se deben encubrir sin que puedan ser claramente diferenciadas por los
lectores».
Rovirosa, previsivo como ninguno,
refiriéndose al concepto de Mario García en el que señalaba que el lector sabe
diferenciar entre publicidad e información, no quiere dejar cabos sueltos y
recomienda que «ante la duda, conviene
extremar al máximo la precaución y dejar muy claras las fronteras entre
información y publicidad para que la vecindad no sea conflictiva ni nadie
pueda confundir el rigor de la información periodística con los mensajes
publicitarios».
¿Tendremos que revisar para cerrar
algún resquicio que deja entrar prácticas equivocadas o inapropiadas, que
puedan propiciar defectos irreparables en el buen sentido y equilibrio de la
opinión pública en nuestra casi ciudad?
Nota: Los subrayados son del
editor.
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