martes, 23 de enero de 2018





PERIODISMO Y PUBLICIDAD


El publirreportaje «[…] bajo la apariencia de una información periodística, difunde un mensaje comercial. En este sentido el publirreportaje tiene mucho de impostura y de engaño al lector». Javier Darío Restrepo – Periodista





El periodismo de opinión ocupa un lugar inalienable dentro de las sociedades modernas, en donde el buen juicio y sentir del periodista, formado académica, literaria y moralmente, se convierte en un medio que estructura paulatinamente audiencias con criterio.

Cuánta falta hace en una ciudad, cantidad de periodistas que produzcan columnas o programas de opinión que, a través de sus posiciones personales, serias y responsables, ayuden a entender la actualidad dialéctica de su entorno.

Girardot cuenta con uno, dos, o tres comunicadores que se arriesgan a exponer sus opiniones.  Un número no suficiente para la cantidad de medios de comunicación existentes.  Así lo considero como ciudadano. 

Hablo de comunicadores (periodistas) argumentando con sus ideas.  Aquí, y me sabrán disculpar, no tengo en cuenta a quienes opinan desde un programa radial o una columna, pero han ocupado en algún momento de su vida cargos públicos o han acompañado causas políticas.  No es el tema en este caso.

Solo la ausencia de este género periodístico debería ser tema de preocupación. Sin él la mayoría de las personas terminan siendo una hoja seca vapuleada dentro de un torbellino, dependiendo de la fuerza y agresividad de la corriente. Podría decirse, sin exagerar, que es una sociedad vulnerable, expuesta a las ambiciones salvajes de quienes viven a expensas de los crédulos e ingenuos.

Pero no suficiente con esta situación alarmante de por sí, es posible que llegue a presentarse un fenómeno peor, convirtiéndose en un «coctel molotov», que podría terminar explotando en el rostro de una gran parte de la sociedad girardoteña.

Los publirreportajes.  Que no tendrían nada de peligroso ni censurable si realmente fueran única y exclusivamente… ¡publirreportajes! 

Puede suceder que se publiquen artículos generosos que merecen validación y revisión sobre lo que tratan; o manifestaciones elogiosas hacia un personaje que resulta ser, inmediatamente, el representante legal o propietario del establecimiento anunciante; o una combinación confusa y «pegajosa» entre reportaje y un aviso publicitario del reportado.

Cualquiera de las anteriores podría clasificar para engrandecer la suspicacia del colombiano, o su malicia indígena mal administrada.  Porque es que «la mujer del César no solamente debe ser honrada, sino además parecerlo».

Así el cubano Mario García advierta que «los lectores saben reconocer perfectamente qué es publicidad y qué información».

Pensando sobre el asunto,  en días pasados,  me planteaba una solución en el caso de que se pudiera estar presentando esta situación en Girardot; actuar tal cual como se hace con la publicidad política; señalarla explícitamente para no generar sospechas y salir limpio de la contienda.  Informar, en honor a la ética y al respeto a la audiencia, que equis publicación se trata de un «publirreportaje».

Javier Darío Restrepo, columnista de opinión de varios diarios nacionales, Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y del Círculo de Periodistas de Bogotá, experto consumado en ética periodística, indica que cuando al periodista se le asigna la tarea del publirreportaje, o digo yo, éste la asume directamente,  «se le crea una dualidad dañina porque el periodista, por formación y por talante profesional, no está hecho para manejar las medias verdades del publicista, sino la verdad más cercana a la realidad de los hechos».

Más aun, considera Javier Darío, que «[…] obligar al periodista a que escriba publirreportajes es violentar su conciencia ética. Peor aún, cuando el periodista es quien acepta una tarea que pervierte su profesión, para ganar algún dinero extra».

«El medio que publica publirreportajes, sin advertirlo al público, incurre en un engaño. Denunciar esta clase de prácticas es tan necesario, quizás más, como advertir sobre la venta de agua contaminada, drogas vencidas o alimentos descompuestos. Son engaños en que se abusa de la buena fe del público y que, además, hacen daño».

Transitando por este tema hay que tener especial cuidado en no sucumbir ante el artilugio con el que se pueda pretender obnubilar y disuadir, exhibiendo experiencia periodística, para desvirtuar una condición que puede ser palpable.

Pues una cosa es la experiencia que pueda argüir alguien para justificar su trayectoria y otra muy distinta, pienso, es la buena fe y la verticalidad en el proceder que sí determinan buenos actos y sanos ejercicios profesionales.
 
Ejemplos en Colombia tenemos innumerables; cantidad de funcionarios expertos, egresados de las mejores universidades y experiencias increíbles, pero con malas intenciones, pésimas prácticas y ambición voraz.  O revisemos las cárceles de nuestro país.

Otro periodista experto y honesto, Josep Rovirosa, docente en diseño periodístico y columnista de opinión, haciendo alusión al Código Deontológico del Colegio de Periodistas de Cataluña, recurre al concepto de que «no se pueden presentar subrepticiamente las diferentes modalidades de patrocinio e información comercial como si fueran materiales informativos de las redacciones ni se deben encubrir sin que puedan ser claramente diferenciadas por los lectores».

Rovirosa, previsivo como ninguno, refiriéndose al concepto de Mario García en el que señalaba que el lector sabe diferenciar entre publicidad e información, no quiere dejar cabos sueltos y recomienda que «ante la duda, conviene extremar al máximo la precaución y dejar muy claras las fronteras entre información y publicidad para que la vecindad no sea conflictiva ni nadie pueda confundir el rigor de la información periodística con los mensajes publicitarios».

¿Tendremos que revisar para cerrar algún resquicio que deja entrar prácticas equivocadas o inapropiadas, que puedan propiciar defectos irreparables en el buen sentido y equilibrio de la opinión pública en nuestra casi ciudad?

Nota: Los subrayados son del editor.




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